sábado, 25 de agosto de 2007

En vela el nombre, en vela el lugar, Paul Celan



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Si Paul Celan hubiese conocido Masada, habría querido suicidarse en Masada.
Su heráldica de cicatrices habría acabado bajo el cielo tirano de Judea, no en el lodazal sangrado que trenza el aliento bajo los puentes de París.
Su cuerpo habría volado por el cobalto de la primavera, jamás atenuado por la gramática piadosa de los peces.
Sus últimos vocablos habrían sido de metileno, de añil, de cielo protector, no pardos y súbitos.
Si Celan hubiese admitido el pendiente peregrinaje a Masada, tal vez —sólo tal vez— su último poema habría sido una plegaria.

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Pero el poeta nacido con el nombre de Paul Antschel en Czernowitz —la Pequeña Viena de Bukovina— el 23 de noviembre de 1920, no quiso ir a Masada.
No pudo ir a Masada.
No supo ir a Masada.
Llegó a Israel el 30 de septiembre de 1969 para cumplir un designio sobornado por el dolor. Debía quedarse allí hasta el 20 de octubre, pero el 17, justo antes de emprender un planificado viaje a las ruinas de Masada, decidió partir.
¿Huir?
¿Reincidir?
Llevaba el alma pendiendo, la memoria deshilachada.
«Decía que no merecía ir a Masada», recuerda aún Ilana Shmueli, amiga de infancia con quien Celan se reencontró en Israel y con la que recorrió cada una de las cuestas de aquella topografía del ensimismamiento que zanjó al poeta hasta el día de su muerte.
«Él nunca más mencionó Masada en sus cartas», aclara Shmueli como colofón a un correo electrónico enviado desde Jerusalén. «Pero no dejó de escribir acerca de los sentimientos que le producía Israel» (1)
Shmueli confiesa no sentirse cómoda ante preguntas que insinúen que Israel fue detonante del suicidio de Celan: ¿Empeoró ese viaje la depresión del poeta? ¿Fueron las bruscas emociones de aquellos días razón para lanzarse del puente Mirabeau pocos meses después? ¿No soportó el encuentro en Tierra Santa con el judío que creía ser, el que era, y el que fue en adelante y ya para siempre? ¿Habría sido Masada el clímax de aquel periplo?
La paisana de Celan, la “almendrada” de los poemas escritos inmediatamente después de ese viaje —¿su amante?— es tajante al respecto: «Israel fue para él una importante y muy bella experiencia. Ya tenía sus problemas. Sintió que no tenía posibilidad de encontrar un lugar aquí».
Y ese lugar, ese último lugar, habría estado quizá en Masada, en su paisaje encandilado, sus abismos sentenciosos, su memoria intransigente.
Si Paul Celan hubiese llegado a Masada; si hubiese conseguido escalar el montículo traicionado por la ira; si hubiese visto a lo lejos la serenidad salvadora del Mar Muerto, tal vez —sólo tal vez— habría cambiado de nombre, mitigando su eternidad con un bautismo de tierra y sal.
Tal vez —sólo tal vez— habría deseado entonces morir en Masada.

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Masada no era párpado ajeno en la cartografía intelectual de Paul Celan.
Sabía del muy difundido relato que cuenta cómo novecientos sesenta judíos celotes prefirieron suicidarse antes que ser injuriados y sometidos a la servidumbre por los romanos que sitiaban la fortaleza erigida por el rey Herodes.
Sabía que allí las piedras convocan un hálito terrible, que los iniciados aún escuchan gemidos, respiran el suplicio de la muerte jamás presagiada.
Conocedor como era de la temática judía, de seguro había leído la historia de Masada escrita por Flavio Josefo (losef Ben Matitiahu), en la que se revela cómo Eleazar Ben Iair, comandante de Masada, exhortó en el año 70 de la era común —poco después de la destrucción de Jerusalén— a quienes habitaban los palacios de Masada a emprender el desesperanzado final colectivo.
El convencimiento vino tras un conmovedor discurso sobre los atajos de la inmortalidad del alma: «Pues la muerte otorga la libertad a las almas y permite que vayan a su propio y puro lugar, donde estarán libres de todo mal. Pero mientras están unidas al cuerpo mortal y llenas de sus males, verdaderamente son denominadas muertas, pues es muy poco conveniente asociar lo divino con lo mortal (…) Por lo tanto, ¿a qué viene el temor a la muerte, cuando apreciamos el descanso en el sueño? ¿No es locura buscar la libertad en la vida, y rehusar la inmortal libertad? (…) Hemos nacido para morir, tanto nosotros como aquellos que proceden de nosotros; ni aún los más felices pueden escapar a la muerte ». (2)
No es osado suponer que las palabras de Josefo retumbaran en la despiadada tendencia de Celan (3). Ya el 30 de enero de 1967 —el mismo año en que comenzó su acercamiento a Israel— el poeta se había herido con un cortapapel muy cerca del corazón, lesionando gravemente el pulmón izquierdo. El resto de sus días estarían teñidos de una sucesión de autoflagelaciones, todas preestablecidas desde las palabras, la mirada, el remordimiento.

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Mucho antes de ir a Israel en 1969, Celan había merodeado la posibilidad que representaba el país medioriental.
Siendo el padre de Celan profundamente sionista, el poeta nunca congenió con sus ideas y se atrevió incluso a retarlo en 1933, cuando después de hacer su Bar Mitzvá, decidió no seguir estudiando hebreo, lengua que de todas maneras llegó a dominar con elegancia.
Sin embargo, Celan estuvo siempre cundido de dudas, mortificado por encrucijadas que se abismaban ante él.
A principios de 1945, cuando se debatía entre permanecer o marcharse de Czernowitz, se preguntó: «Qué pasaría, por ejemplo, qué pasaría si llegase a Jerusalén, fuese a ver a Martín Buber y le dijese: “Tío Buber, aquí estoy, aquí me tienes» (4)
Según John Felstiner, acucioso biógrafo de Celan, el poeta ocultaba la dualidad que le producía el sentimiento de emigrar en ese momento y un cierto arrepentimiento por no haberlo hecho antes, incluso con sus padres, asesinados durante la Shoá. Sin embargo, apunta, «esta opción no pasó a ser para Celan el camino no emprendido, lo que habría supuesto una diferencia esencial para un poeta, si es que iba a seguir siendo poeta”. (5)
En todo caso, Israel nunca fue una opción certera. En su espíritu jamás hubo un fundador, un arador, un soñador de futuro, un soldado, como los que requería el joven Estado de Israel, creado en 1948. De ahí que en su mira estuviera primero Viena —apocada por la dominación nazi y después por la rusa—, Bucarest y luego París.
Felstiner se pregunta por qué Celan se fue hacia el oeste, cuando pudo haber ido a Israel. Y tonalidades de una inequívoca respuesta las halla en retazos de una carta que el poeta escribió el 2 de agosto de 1948: «Un par de semanas después de llegar a París, Celan escribió a parientes que estaban en el nuevo Estado, amenazado, tratando de justificar “mi destino, ante vosotros que estáis en el centro mismo del destino judío”. Lo que podría haberle empujado a irse a Israel era también lo que le mantenía en Europa: el trauma de la pérdida, el precario asidero de su lengua nativa y la lucha por ver su obra impresa. “No hay nada en el mundo”, dice, “por lo que un poeta dejará de escribir, ni siquiera cuando es judío y la lengua de sus poemas es el alemán (…) Quizá sea yo uno de los últimos que deban vivir hasta el final el destino de la intelectualidad judía en Europa”» (6)
Otros dos acontecimientos mínimos, pero no por ello irrelevantes, delatan cuán presente estaba Israel en el ánimo de Celan.
En noviembre de 1959, al salir su traducción de un conjunto de poemas de Osip Mandelstam, Celan envió un ejemplar a la escritora Nelly Sachs, con una sálmica dedicatoria en hebreo: «Si te olvidase, Jerusalén, que mi diestra olvide».
En otoño de 1966 se publicó Les juifs du silence de Elie Wiesell. En él, según acota Felstiner, el poeta anotó algunos detalles como «que tres mil judíos de Moscú se habían reunido en la fiesta de Yom Kipur y habían gritado: “¡El próximo año que viene en Jerusalén!”» (7)
¿Nostalgia por la Jerusalén que más tarde ocuparía su deseo?
¿Imposibilidad de sosegar aquello que era epitafio en su futura memoria?

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No por casualidad el primer poema que escribió Celan después de abandonar Czernowitz, fechado en Bucarest en 1945, fue Una canción en el desierto —texto inicial del libro La arena de las urnas—, donde habla de una ciudad israelí: Acra o San Juan de Acre, la bíblica Acchos. Algunos críticos alemanes han afirmado que se trata de una fortaleza del norte de Palestina donde se centró la actividad de los cruzados, mientras otros—el primero fue Jerry Glenn— se han atrevido a afirmar que el toponímico Acra al que se refiere Celan sería el de una ciudadela erigida por el tirano Antíoco y que domina el Monte del Templo de Jerusalén. (8)

Se trenzó una corona de negruzca fronda en la región de Acra: allí revolví el caballo peceño y acometí hacia la muerte con la espada. También bebí en cuencos de madera la ceniza de los pozos de Acra y al encuentro partí de las ruinas del cielo con la visera bajada. Pues muertos están los ángeles y ciego quedándose el Señor en la región de Acra, y no hay ninguno que me cuide en el sueño a los que aquí entraron al reposo. Molida a golpes quedó la luna, la florecilla de la región de Acra: así florecen las que imitan a los espinos, las manos con anillos mohosos. Así tengo pues que encorvarme al final para el beso cuando oran en Acra… ¡Oh, mala fue la malla de la noche, la sangre gotea a trasvés de las hebillas! Así llegué a ser para aquella su hermano risueño, el férreo querube de Acra. Así pronuncio el nombre todavía y aún siento el incendio en las mejillas. (9)

Este poema, que en principio alude al desierto, a Moisés y al éxodo de Egipto, se asoma al personal éxodo de Celan, a la conciencia atávica del peregrinaje, de atravesar la vastedad para hallarse a sí mismo. Bucarest era entonces la transición, el desierto que lo llevaría a otros pasadizos.
El último verso muestra un juego metafórico en el que la ciudad israelí es espejo de un presunto lugar en Tierra Santa. El nombre al que hace referencia es a la vez dios, recodo geográfico y palabra como materia de añoranza. Y el incendio en las mejillas es el resol atávico, el de los antepasados que tardaron cuarenta años en cruzar el desierto final.

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El 6 de junio de 1967, en plena Guerra de los Seis Días o Guerra de Yom Kipur, Celan estaba hospitalizado a causa de una de sus tantas crisis psicológicas. Su agenda señalaba que aquel día acudiría a una manifestación de apoyo al estado de Israel, realizada en la Plaza de la Concordia, bajo el lema «Para que Israel viva».
Al día siguiente, cuando los israelíes recuperaron la ciudad antigua de Jerusalén, Celan comenzó a escribir Imagínate, poema que trabajó durante dos días seguidos y que formaría parte de su libro Soles Filamentos:

Imagínate: el soldado en la ciénaga de Masada aprende patria, de la manera más imborrable, contra cada púa en el alambre. Imagínate: los que no tienen ojos ni figura te llevan libremente a través del gentío, tú te vas fortaleciendo cada vez más. Imagínate: tu propia mano ha sostenido este pedazo de tierra habitable alzado de nuevo a la vida por el sufrimiento. Imagínate: esto me tocó en suerte, en vela el nombre, en vela la mano para siempre, desde lo insepultable. (10)

«El “tú” que habita las estrofas de Celan es un pueblo, conducido por aquellos que perdieron sus ojos con el llanto», señala Felstiner, quien además de ver en Imagínate la valentía de los soldados del combate de 1967 y la de aquellos en épocas de Masada, lo relaciona la canción de protesta que en los años treinta se extendía por los campos de concentración llamada La canción del soldado de la ciénaga.
Felstiner acota que la Guerra de los Seis Días no arrastró a Celan a una ola de entusiasmo: «Era, al fin y al cabo, un hombre enfermo, a veces violento e incluso dominado por tendencias suicidas». (11)
Sin embargo, en Imagínate Masada está ya vinculada a la suposición de aprender patria de manera dolorosa, donde la «púa en el alambre» bien pudiera aludir a cruentos vestigios de los campos de concentración, lo cual es a la vez una manera de desprenderse de otra patria: la propia, la más íntima, la imposible.
En el imaginario celaniano visitar Masada era llegar al último bastión de la patria israelí, al lugar de la conversión definitiva que tanto añoraba y a la que tanto temía. Masada entendida como lugar donde hacer promesas y consolidar un credo. A la vez, era ser conducido, arrastrado a través de un «gentío ajeno», sometido por quienes nada sabían de su errancia.
Su miedo: creer que en Masada se fortalecería como judío.
Su peor miedo: creer en Masada.
El imperativo verbal Imagínate abría la futura posibilidad —y el plausible miedo— de que se cumpliera su vaticinio poético: que su mano sostuviera «este pedazo de tierra habitable» y fuera llevado de nuevo por los cauces del sufrimiento. Es el desasosiego de hallar una identidad, la de judío, la de exiliado que no alcanzaría a pronunciarse jamás desde la mítica Israel. (12)

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El 28 de julio de 1968, Celan escribió un poema sin título que debía corresponder al libro Parte de Nieve —culminado ese verano—, excluido del mismo y conocido sólo gracias a su publicación póstuma. En él continúa el lento acercamiento escritural a Israel que se había iniciado con Imagínate. Es obvia aquí la necesidad de apuntalar, en la conciencia y en el alma, la idea de Israel como «país», entendido como claridad, tierra de resurgimiento.

En el sueño, en el rayo, envían trasluz: no luz. Tu ojo ve tu ojo: más. Claridades. E Israel, país, a ti te sostengo en alto en la vida de los hombres, de los tuyos, que, imperfectos, garantizan el resurgido surgir, realizado, el elemento, que se piensa vivo, el espíritu que se vive pensando. (13)

El 12 de agosto de ese año 1968 Celan confesó a su amiga Ilana Shmueli: «Es justo que yo procure una visita a Israel, espero que se pueda realizar muy pronto».

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Todo el año 1969 fue una suerte de preparación ritual para emprender el necesario viaje a Israel. Los poemas escritos desde mediados de ese año formarían el libro Estancia del Tiempo, publicado póstumamente —1976— y a cuya segunda parte corresponden los textos tejidos inmediatamente después de Israel.
Son los poemas de ese año confesiones, apuntes de realidad. No por casualidad el 26 de marzo Celan perpetró una frase que se convertiría en su más esencial poética: «La poesía ya no se impone, se expone».
Israel, sin embargo, era una imposición más tarde expuesta.
Y una exposición en su vida.
El 29 de septiembre, el mismo día en que Celan partió hacia Israel, apuntó el poema Alba de ambas manos, hallado entre sus papeles, catalogado dentro de sus Poemas dispersos:

Alba de ambas manos se trae mi ojo, entonces apareces tú- ¿cuánto séquito de gaviotas necesita tu frente? andadora del mar crepita la palabra que yo rechacé, al pasar por ti, una puerta vibrante de ira pétrea todavía, concédeselo a la noche madura de necesidad. (14)

No hay aquí euforia ni felicidad. Se percibe el mismo hálito derrotista que había ya en una carta enviada tres días antes a su amigo Petre Salomón: «Perdona mi silencio. Es involuntario, y se debe, sobre todo a las contrariedades que tengo con mi salud, estoy muy solo (…) Estoy harto de dificultades grandes, querido Petre».
Es un poema que muestra la ambigüedad que representaba Israel, palabra y patria alguna vez rechazada, puerta vibrante de ira pétrea todavía que él ruega sea concedida a la noche madura de necesidad, a un final que siempre fue pregunta, que exigió mucho de él.
Israel no parecía representar la solución a esas dificultades, aunque «su supervivencia en Israel llegó a encarnar una posibilidad, diferida pero salvadora» (15).
Celan viajó a Israel con un atavío emocional sumamente complejo, pretendía cerrar el meridiano entreabierto en la infancia; buscaba el «tú» que lo acompañaba y el «ella» pospuesto e inacabado de su destino.
Ilana Shmueli bien lo especifica en el libro que recoge su correspondencia con el poeta de los umbrales: «Celan vino para “rememorar˝ (…) para tocar con su propia mano aquello que para él era nostalgia e imaginación. Supo que había llegado el momento para el viaje. Un viaje que se emprende cuando se produce un vuelco en la vida, desde la propia casa, que no es más casa, un viaje más allá de los confines geográficos e históricos, más allá de los confines del propio presente, partiendo del propio recuerdo y del pasado común. Celan vino a Jerusalén cargando todo el peso de su destino individual y todo el peso de su destino judío. Andaba en la búsqueda de la realización de su deseo, que contenía este viaje, con los ojos abiertos. Sabía de los abismos, sabía de la imposibilidad de «enseñar patria», porque «extranjero» y «patria» eran para él indistinguibles; y todavía vino con el entendimiento absurdo de hacer posible, aunque solo por instantes, esta imposibilidad».(16)

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Celan fue a Israel invitado por su viejo amigo David Seidmann, profesor de Lengua y Literatura Francesa en la Universidad de Tel Aviv.
Llegó el 30 de septiembre. Los primeros días los dedicó a recorrer Jerusalén con una sed antigua, tamizada por sus muchos y quejumbrosos prejuicios.
Visitó el Monte Scopus, el Monte de los Olivos, pasó frente a la Iglesia de la Ascensión, el cementerio judío.
Fue a la Iglesia de Santa María Magdalena y al Jardín de Getsemaní, pero no entró.
Un mediodía —Shmueli recuerda el calor— fue a la tumba de Absalón.
Estuvo también en Belén, en la tumba de Raquel, la Iglesia de la Natividad y de regreso a Jerusalén rondó el pueblo de Abu Tor, que se asoma sobre el valle de Géhen.
Luego anduvo por el molino de Montefiori y la tumba del rey David.
Se paseó a lo largo de los muros de la Ciudad Vieja, deseaba ver todas las puertas —abiertas o cerradas—. Fue a la puerta de Sión, a la de Jaffa.
Hizo una visita furtiva al Muro de los Lamentos, donde pidió que no lo llevaran a más piedras excavadas.
En la Mezquita de Omar haría una petición semejante: «Vámonos enseguida, demasiados lugares santos».
El 8 de octubre se reencontró con Gershom Sholem, quien le dedicó un ejemplar de la edición francesa de Los orígenes de la Cábala (1966). También ese día envió lo que se cree fue el último documento dirigido a su hijo Eric. Era una tarjeta postal con una vista de la Ciudad Vieja de Jerusalén en la que decía: «Mi muy querido hijo:/ Jerusalén es una ciudad admirable —tú también vendrás a verla un día./ Espero estés bien./ Te abrazo./ Tú papá».
El 9 de octubre hizo una memorable y muy ovacionada lectura de sus poemas en la nueva Casa de los Periodistas —Beit Agron— en Jerusalén.
El 13 leyó en la Universidad de Haifa y asistió a una recepción.
El 14 pronunció un discurso ante a la Asociación de Escritores Israelíes, redactado ese mismo día, arrinconado contra todo lo que estaba viviendo:

«He venido a Israel a encontrarme con ustedes porque lo necesitaba.
Como rara vez ocurre con una sensación, después de todo lo visto y oído me domina el sentimiento de haber hecho lo debido; espero, que no solo en mi provecho.
Creo entender lo que puede ser la soledad judía, y comprendo, en medio de tantas cosas, también el agradecido orgullo de cada tallo verde plantado por vuestra propia mano, pronto a refrescar a todo el que pase por aquí; como comprendo la alegría por cada nueva palabra lograda, vivida y vivificada por vosotros mismos, que acude a fortalecer a quien se dirige a ella. Lo comprendo en estos tiempos de auge de la enajenación de sí mismo y de la masificación por doquier. Y encuentro aquí, en este paisaje exterior e interior, mucho de las compulsiones a la verdad de la gran poesía, de su propia evidencia y de su unicidad abierta al mundo. Y creo haber dialogado con la decisión serena y confiada de quien se afirma en lo humano. Gracias por todo esto, gracias a ustedes». (17)

Al día siguiente, el 15, ofreció una lectura en Tel Aviv, presentada por el poeta israelí David Rokeah. El público estaba constituido mayoritariamente por conocidos originarios de Bukovina, cuya actitud hizo sentir a Celan que habían ido a ver más a un compatriota célebre que a un poeta. Terminó esa lectura con el poema Imagínate y pese a las exigencias de los asistentes, se negó a leer su célebre Fuga de la muerte.
Ese encuentro fue particularmente desagradable para Celan. Reabrió algunas heridas, lo sumergió en una nostalgia que suponía cicatrizada. Fue el reencuentro con algunos conocidos del lar natal, con la infancia, la lengua culpable de su escritura. Fue descubrir que no lo conmovía tanto aquel país. Que no valía la pena —tal vez, sólo tal vez— morir en él.

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Después de aquella lectura en Tel Aviv, Celan pasó toda la noche llorando, según ha revelado Zvi Yavetz. Le dijo a David Seidmann —lo sabemos porque éste se lo contó en una carta a la artista Gisèle Lestrange, esposa de Celan—: «He vivido algunas cosas terribles esta noche».
Al día siguiente, sintiéndose acosado, muy angustiado, tomó la decisión de no prologar su viaje hasta el 20, renunciar a Masada y regresar de inmediato.
Ilana Shmueli cuenta que «Celan dejó Israel, marcado por todo el peso de su destino más personal, marcado de amor y preocupación por pensar que no podía hacer de aquel país el suyo. Sin embargo aquel viaje a Israel fue como un complimiento». (18)
Ya en París, habiendo digerido al menos algunos de los vértigos que lo acorralaron, escribió a David Seidmann: «Te había dicho… que soy un parisiense? He dejado de serlo; me cierro frente a las durezas de aquí… me alegro de haber estado en Israel y entre vosotros, me alegro de haber vivido tan intensamente, tan intensamente como hacia mucho que no vivía… Estoy pensando ya en volver, en seguir e ir más lejos, en los completamientos, las consumaciones. Hay todavía tanto por ver, tanto por escuchar».(19)
Ese deseo de regresar se lo reiteró a sus amigos Marta y Manuel Singer: «Seguro que voy a volver, y no sólo, por cierto, porque tengo todavía que ver tantas cosas. Necesito a Jerusalén, como la he necesitado antes de hallarla» (20)
A Shmueli le comentó: «Jerusalén me ha hecho levantarme y me ha dado fuerzas (…) París me deprime y me vacía. París, por cuyas calles y casas tanta locura, tanta carga de realidad he arrastrado durante todos estos años».
Sin embargo, esa nostalgia de Jerusalén pudo se aparente, un dolor forjado para ser poetizado. Una mezcolanza inquietante de paisajes exteriores e interiores —como dijo en su discurso—, cuyo mandato era prolongar la incertidumbre. Una más de sus tretas martirizadoras.
En el fondo Celan estaba seguro de que Israel no significaba una opción vital, aunque sí literaria. Nunca estuvo seguro de quererse despojar de aquello que lo hacia diferente: su lengua, ser exiliado, un extraño en todas partes. En Israel se hubiera difuminado en una masa informe de hacedores de una «nueva palabra lograda». Hubiera perdido su genealogía polifónica, convirtiéndose en un poeta hebreo como Yehuda Amijai, Dan Paguis, Natan Zach, David Rokeah o Tuvia Ruebner, escritores europeos a quienes conoció en Israel y que, efectivamente, no alcanzaron la fama y mucho menos la hondura de Celan.

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El 27 de octubre de 1969 Ilana Shmueli comenzó a recibir la serie de cartas junto a las que Celan envió cronológicamente la veintena de breves poemas que constituirían la segunda parte del libro póstumo Estancia del Tiempo.
En la primera de esas misivas, el poeta decía a su reencontrada amada:«Que Jerusalén habría de ser un cambio, una cesura en mi vida, eso ya lo sabía yo». Anexos estaban los dos primeros textos del conjunto, que delatan sin atajos que los poemas israelíes de Celan tenían presente en todo momento una figura amatoria, una “tú” reconocida que, por los vuelcos del lenguaje, se mezcla con el paisaje, los lugares de una añoranza presentida y un bagaje bíblico manejado con cruda naturalidad. Son esos poemas confesiones, bitácora de asombros, bocetos de una realidad. Celan efectúa con ellos una lectura hermenéutica de sí mismo: del que fue en Israel y de aquel en que se convirtió a su regreso. De ahí que Shmueli afirme tan rotundamente que esos poemas son el «Cantar de los Cantares Celanianos».

Estaba la pizca de higo en tu labio, estaba Jerusalén a nuestro alrededor, estaba el aroma de los pinos albares sobre el barco danés que regraciamos, yo estaba en ti. (21)

Si se revisa el itinerario seguido por Celan en Israel, si se entiende cuánto representó Shmueli para él, cuánto apostaba a ese redimensionado afecto, los poemas de Estancia del Tiempo resultan totalmente diáfanos, su significado se abre, aliviando a tantos lectores temerosos de la hermética coyuntura de la gramática de Celan.
Creemos, junto a George Gadamer que, «Celan ha hecho el máximo esfuerzo posible y, por eso, exige de nosotros el máximo y, a veces, más». (22)

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El ciclo de poemas israelíes concluyó cuando Ilana Shmueli, que había llegado a Paris en diciembre de 1969, regresó a Israel el 3 de febrero de 1970. El último de esos poemas fue escrito el 22 de enero:

Iluminados los gérmenes que en ti logré nadando, liberados a fuerza de remos los nombres que cruzan los estrechos, la palabra de bendición, delante, se cierra en un puño sensible a la temperie. (23)

Celan temía que con Shmueli se diluyera la memoria recuperada en Israel. Por eso le dice luego, en conexión con ese poema: «Cuánto tiempo pasará hasta mi próximo poema (…) Vida: habíamos dicho sí a Jerusalén y también a París. Nos guardamos para ello». (24)
En otra carta recibida por Shmueli apenas tocó suelo judío, Celan explica que «la poesía es una cosa precisa, una cosa infinitamente precisa». (25)
Celan sabía que un nuevo ciclo se asomaba a su labor poética, sólo que entonces no atinaba a vislumbrar que constaría de apenas unos pocos poemas más. En adelante el vacío, sus mutaciones psíquicas y la muerte, convocarían los salobres vocablos del silencio.

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Para Carlos Ortega, autor del fascinante prólogo de las Obras Completas de Paul Celan en español (Editorial Trotta), la visita del poeta a Israel no tuvo motivos concretamente sentimentales, pese a su no muy difundida relación con Shmueli: «Él había vivido ya como un desarraigado toda su vida, y no parece que la estancia en el Estado de Israel pudiera moverle políticamente más que a un entusiasmo que cualquier humanista podría compartir. En su viaje, preservó en todo momento su derecho a ser un extraño, a ser un judío distinto del que se esperaba que fuera. Tal vez el modo de ser judío de Celan se revele mejor en una fórmula que en una ocasión le escribió Jean Starobinski en una carta, y que luego el propio Celan retomó en su respuesta del 3 de mayo de 1965: "Querido amigo, me ha conmovido mucho el que, en un momento tan difícil para nosotros, usted nos —pues lo considero dirigido a nosotros tres— contara entre la comunidad de judíos que no son de rito, sino de corazón. Nosotros lo somos, créame usted, nosotros tres lo somos: Eric [su hijo], Gisèle [su mujer] y yo mismo". Esto explica la experiencia de su viaje a Israel y lo que debió de sentir. En su idea de la judeidad están todos los que le son próximos, por eso no duda en referir la fórmula de Starobinski a su mujer Gisèle, que era católica, y a su hijo Eric».
Ortega agrega que la estancia de Celan en Israel encarnó también el sentido de asistir a un memorial (utiliza la palabra inglesa, a falta de una más precisa en español), es decir, a un lugar donde se guarda la memoria de desaparecidos. «Él ya sólo quería ese diálogo con los muertos, con los muertos del Holocausto; creo que sus poemas también les toman, solamente a ellos, como interlocutores. Ésa es, asimismo, la grandeza de su obra en un tiempo de olvido y de amnesia de la historia». (26)

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Un cuerpo se descompone casi dos veces más rápido en el aire que cuando se halla hincado en el agua.
Y la descomposición en contacto con el aire es a su vez unas cuatro veces más vertiginosa que cuando el cuerpo sucede bajo tierra.
La profundidad vierte clemencia en la carne, resguarda de ciertos pronombres umbilicales.
De allí que Paul Celan, acuático en sus plurales, decidiera culminarse en la falsa placidez del río Sena y no en la meseta de fieras rocas de Masada.
En París / No en Israel.
De un puente colosal / No de ruinas.
De un salto preciso / No arrastrado por la ventisca del desierto.
De muerte primordial / No de polvo sofocado.
En la imperfección urbana / No en la perfecta comarca impuesta por dios.
Cerca / No lejos.
Pronto / No carente.

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El agua, sabiduría intuitiva de los hombres, disuelve y a la vez propicia el renacimiento. Es sepulcro cálido, amansador.
La tierra, en cambio, columpia con ahogos tardíos. Recuerda un origen desleal, de fecundidades someras.
Celan muerto en el río se hizo insobornable, irreversible.
Celan muerto en los riscos de Masada se habría convertido en roca, olvido.
El Celan de agua perpetuó la cautelosa tradición de Occidente: el suicidio como revés.
El Celan de tierra habría parecido demasiado apasionado, irreverente, sacrílego, calumniador. Un impostor.

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¿Alguien vio a Paul Celan caminar por la avenida Emile Zola el 20 de abril de 1970?
¿Alguien lo vio desprenderse del hierro verdoso y magnífico del puente Mirabeau?
¿Alguien atisbó su cuerpo deslizándose hacia las corrientes del sur?
¿Y en Masada, acaso alguien habría detenido su vuelo por los aires encendidos?
¿Alguien habría evitado que su cuerpo permaneciera por siglos como fango de aquel horizonte involuntario?
Nada sabemos. Nada sabremos ya.
Queda, sin embargo, la gravedad de su temperie, lo profundo de su candente texto en blanco, la frágil misericordia de la historia.
Queda intuir —¿predecir?, ¿argumentar?— que si Paul Celan hubiese conocido Masada, habría querido suicidarse en Masada.
Y su último poema habría sido una plegaria. Tal vez, sólo tal vez.

Notas
(1) Correo electrónico enviado por Ilana Shmueli a la artista venezolano israelí Lihie Talmor el 23/09/2004 como respuesta a una serie de interrogantes que le fueron formuladas especialmente para este trabajo. Talmor a petición mía, estableció contacto con Shmueli en Israel en agosto del 2004. La visitó al apartamento donde no hacía mucho se había mudado en Jerusalén: «Es un mujer bella, aún con la edad que tiene. Lúcida. Con un brillo azul espectacular en los ojos y un humor muy ácido».
Talmor le hizo algunas preguntas, pero Shmueli se limitó a repetir lo que ya está en su libro. Casi antes de despedirse, Talmor le preguntó si le había extrañado el suicidio de Celan, y ella con la cabeza, dijo que no.
(2) Josefo: 451
(3) El suicidio colectivo en Masada es un tema rodeado de controversia. El rabino Pynchas Brener señala que hay muy diversas teorías sobre el mismo:«Según Trude Weiss-Rosemarin este suceso es el producto de la deliberada imaginación de Josefo Flavio para explicar su propia actuación que fue la de invitar a sus compatriotas al suicidio en Jotapata. Ella opina, por lo tanto, que la realidad histórica es otra y que los defensores de Masada escaparon o murieron defendiendo la fortaleza.
»Dado que los datos históricos son incompletos, y la época en cuestión es remota de la actual, han surgido una diversidad de opiniones. De acuerdo a Sidney Hoenig, por ejemplo, los ocupantes de Masada no habían sido los Celotas sino los Sicarios.
»(…)Otros historiadores consideran que los Sicarios eran en realidad un grupo de extremistas pertenecientes a los Celotas, y no un agregado de militantes totalmente aparte. Su obsesión con la libertad no estaba necesariamente en oposición al punto de vista de los rabinos.
»En el moderno Israel, algunos consideran el suicidio de Masada como una muestra de debilidad, de cobardía y falta de decisión para enfrentar al enemigo. En la opinión de muchos, es preferible morir luchando pero no sin antes haber quemado el último cartucho. Esta reacción está matizada por los sentimientos colectivos de culpa de no haber respondido con mayor vigor y valentía a la brutalidad nazi de unas décadas atrás». El Nacional, 06/12/1996.
(4) Información dada por Ruth Lackner a Israel Chalfen, aparece en su libro Paul Celan: Eine Biographie seiner Jugend, Frankfurt a. M., 1993. Citado por Felstiner, pag. 81.
(5) Felstiner: 81.
(6) Felstiner: 101.
(7) Felstiner: 319
(8) Felstiner: 83
(9) Celan, 2002: 47
(10) Celan, 2002: 310
(11) Felstiner: 334.
(12) Señala Felstiner (pag. 334): «Celan publicó Imagínate en Zurich, y salió dos veces en la prensa judía de habla alemana en Israel. También se lo mandó al poeta israelí nacido alemán Natan Zach, que lo tradujo, revisó su versión con Celan, y lo publicó en el principal diario de Israel (Haaretz, 18/08/67). Más adelante, aquel mismo año, apareció en Alemania».
(13) Celan, 2002: 216
(14) Celan, 2002: 467
(15) Felstiner: 357.
(16) Shmueli: 28.
(17) Celan, 2002: 511
(18) Shmueli: 33.
(19) Felstiner: 365.
(20) Felstiner: 365.
(21) Celan, 2002: 439
(22) Gadamer: 129.
(23) Celan, 2002: 447.
(24) Shmueli: 69.
(25) Shmueli: 70.
(26) Texto escrito por Carlos Ortega especialmente para este trabajo. Enviado a través de un correo electrónico el 26 de agosto del 2004.

Bibliografía
CELAN, Paul. Obras Completas. Editorial Trotta. Madrid, 2002.
CELAN, Paul. Obra Póstuma. Editorial Trotta. Madrid, 2003.
CELAN, Paul et CELAN-LESTRANGE, Gisèle. Correspondanse. La Librairie du XXIe Siècle. Editions du Seuil. Paris, 2001.
FELSTINER, John. Paul Celan: poeta, superviviente y judío. Editorial Trotta. Madrid, 2002.
GADAMER, Hans-George. Poema y Diálogo. Editorial Gedisa. Barcelona, 1999.
JOSEFO, Flavio. Obras Completas. La Guerra de los Judíos. Tomo IV. Colección Valores en el Tiempo. Traducción del Dr. Luis Farré. Acervo Cultural Editores. Buenos Aires, 1961. (Capítulos VIII y IX) Pags. 445-457.
SHMUELI, Ilana. Di’ che Gerusalemne è. Su Paul Celan: ottobre 1969 – aprile 1970. Quodlibet. Italia, 2003.



© Jacqueline Goldberg Publicado en la revista Conciencia Activa 21, No. 8. Abril, 2005.

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